viernes, 28 de marzo de 2008

Eva GIberti.Maestra de maestros dice sobre escuelas y familias.

En otra época "había que mandar a los niños a la escuela" porque se sabía que era necesario aprender a leer y escribir y, en la medida de lo posible, se recomendaba "cursar el secundario". Las demandas culturales y laborales evidenciaban que la escuela, en sus distintos niveles, constituía una necesidad insoslayable e indiscutible.

Los padres esperaban que el magisterio iniciara a sus hijos en un mundo diferente del doméstico, caracterizado por la responsabilidad de "hacer las tareas", por acatar otras formas de disciplina, y por el enriquecimiento intelectual que la Aritmética, el Lenguaje, la Geografía y la Historia (entre otras asignaturas) prometían.
Hoy en día las familias precisan pensar de otro modo en sus hijos porque la concepción tradicional de la niñez fue modificada: ya no se la representa como si se tratara de un conjunto de criaturas que forman parte de un mundo angelical e ingenuo, sino se las reconoce como testigos racionales y sensibles de lo que sucede a su alrededor.
Niñas y niños dejaron de ser sujetos pasivos dispuestos a repetir lo que se les enseña, para convertirse en alumnos capaces de preguntar y de cuestionar aquello que no les parece justo. Estas realidades se combinan con nuevos criterios pedagógicos que, entre otros avances, están dispuestos a aceptar y coordinar los comentarios y argumentaciones de sus alumnos, diferenciándose así de lo que sucedió años atrás, cuando se los evaluaba como carentes de experiencias y de saberes que mereciesen ser tenidos en cuenta.
La escuela actual no solo se ocupa de estimular a los alumnos para que logren "pasar de grado"; también apunta a colaborar en la construcción de ciudadanos y ciudadanas conscientes de sus derechos y de sus obligaciones, y los vincula con la historia de su país, más allá de la celebración de las fiestas patrias.

Los padres trabajan, trabajan...

Cuando los profesores incorporaron estos temas, que incluyen el derecho de contar con una familia que los acompañe y que se ocupe de su escolaridad, a veces algún alumno reacciona y repite: "En mi casa dicen que la escuela es asunto de los profesores y no de los padres". O sea, compara las expresiones que escucha en su casa con las afirmaciones de su profesor que habla de la escuela como un valor, como un capital que tiene la responsabilidad de educar socializando y de mejorarse a sí mismo mediante la capacitación y como grupo de convivencia. Para lo cual precisa vincular a las familias de los escolares con los proyectos pedagógicos.

Ante esta afirmación, muchos padres protestan: "No tenemos tiempo para ir a la escuela y comprometernos con sus proyectos! ¡Trabajamos todo el día!" La realidad latinoamericana no favorece el incremento del interés de los padres respecto de las actividades escolares, porque las dificultades económicas -y sus derivaciones- ocupan el horizonte familiar. Innumerables adultos carecen de entusiasmo para acompañar a sus hijos en este compromiso. Entonces, ¿habrá que renunciar a esta experiencia que constituye una clave en el desarrollo de los niños y de las niñas? No estamos en épocas de acumular renuncias, por el contrario, se trata de no desperdiciar las oportunidades y los recursos que pueden incrementar o mejorar las relaciones entre los hijos y sus padres y entre la familia y la escuela.

No se trata solamente del desarrollo de los más pequeños, sino de los cambios que una familia puede introducir gracias a los conocimientos y a los criterios nuevos que la escuela incorpora mediante las intervenciones que introducen los niños en la cotidianeidad.

Cuando un niño, alumno de los primeros grados, defiende a una hermanita agredida por un hermano mayor que pretende mandonearla, y le explica (a los gritos quizás): "¡Las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres! Ella no tiene que hacerte caso...", está introduciendo en su familia una pauta aprendida en la escuela. Los adultos, aunque no siempre decidan incluir estos modelos terminan escuchando, desde el núcleo mismo de la vida doméstica, opiniones que pueden cuestionar (o desactivar) prácticas que se consideraban "normales" sin serlo.
Más allá del cansancio y de las frustraciones que los padres puedan sobrellevar, mantenerse al margen de los proyectos escolares (como si se tratase de experiencias que solo competen a los alumnos y al magisterio) arriesga caer en un conformismo que impida cambiar ideas con el magisterio acerca de aquellos temas que a los padres les parezcan importantes en el desarrollo de sus hijos, por ejemplo, la educación sexual en la escuela.
El aporte de los padres no se limita a escuchar los informes de las maestras y a adherir -o no- a sus quejas, tampoco se circunscribe a preguntar: "¿Tienes tareas para mañana"? procedimientos necesarios pero insuficientes. La alternativa es otra y ya mostró su eficacia: en la escuela a la que asisten sus hijos, los adultos cuentan sus propias experiencias, sus ideas, sus conocimientos y ensayan articularlas con las novedades que el magisterio introduce y con las expectativas de los niños.
La participación integral y directa de las familias, no solo en los centros de padres o recurriendo a la consulta psicopedagógica, sino también como una presencia capaz de transmitir el pulso de su comunidad, constituye un logro de los nuevos modelos que la escuela actual propicia. "Pero habría que cambiar muchas cosas en la educación", suele ser el comentario quejoso de algunos padres ante el reclamo docente que los convoca. De acuerdo. También sería conveniente revisar "varias cosas" en el ámbito familiar, por ejemplo, las opiniones que, en presencia de sus hijos, pueden vertir los padres acerca del magisterio. Sin perder de vista las dificultades por las que pudiera atravesar la familia, la escuela -que asume sus propios problemas- puede contribuir a crear nuevos y fecundos estilos de comunicación. Una comunicación que incluya los conflictos, los intercambios entre los padres y los docentes, así como el cultivo de las coincidencias en las que los escolares puedan apoyarse y confiar.

Eva Giberti, Licenciada en Psicología, especialista en temas de familia y violencia familiar.

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