jueves, 20 de marzo de 2008

Buenas Noticias

Cordoba
Familias sustitutas para 104 chicos
Son doce las mamás sustitutas que viven en la sede de Aldeas Infantiles de Córdoba. Cada mujer se hace cargo de ocho chicos que quedaron sin hogar por orfandad, maltrato o abandono de sus familias de origen.
De la cocina llega un fuerte olor a cebolla. En pocos minutos, la tarta saldrá del horno. Son las doce del mediodía y Teresita Suárez (42), que ya ha criado tres hijos propios y hoy es mamá “del corazón” de otros ocho, nos recibe en su hogar. Vive en una de las casas que Aldeas Infantiles construyó, siete años atrás, en barrio Argüello Lourdes. Un predio cerrado en el que funciona una de las sedes de esta ONG internacional que se dedica a brindar un hogar y una mamá sustituta a chicos en situación de riesgo. Allí llegan niños que la Justicia de Menores ha derivado por razones de maltrato, abuso o abandono en sus familias de origen y que no han sido adoptados. Otras 457 Aldeas, diseminadas en 132 países, prestan asistencia a unos 60.000 chicos sin hogar de todo el mundo. En la Argentina, también hay sedes en Luján, Mar del Plata y Oberá.
Teresita es Técnica en Administración de Empresas. Separada de su marido, llegó de su Corrientes natal hace cinco años para trabajar en la Aldea. Hoy está a cargo de una de las doce casas en las que vive una docena de mamás sustitutas con 104 chicos, acompañadas por seis “tías” que las ayudan y también las reemplazan en sus francos y vacaciones. Completan el equipo un grupo de pedagogos, trabajadores sociales, profesores especiales y el director, Rubén Nausneris, que vive en el predio con su esposa e hijos y representa la figura paterna en la institución. “Es un modelo de atención a largo plazo. Nuestro objetivo es formar familias, que se construyan lazos emocionales que duren toda la vida. Les ofrecemos a los chicos un hogar estable y herramientas para que tengan una formación sólida, para que después puedan alcanzar una vida autónoma”, señala la Trabajadora Social de la ONG, Andrea Cuccarese.

Un trabajo de 24 horas

Desde una de las ventanas, suena música de cuarteto. Varios perros se preparan para su siesta mientras que, un grupo de varones, se pone los botines para un picadito. Saludan a la “tía” Teresa, cuando pasa. Cada madre crea su propia familia y tiene autonomía para tomar decisiones y manejar los gastos de la casa. Se las ve contentas de haber elegido esta comunidad matriarcal para ejercer su nuevo empleo de 24 horas (tienen seis días al mes de descanso) y por el que ganan unos $1.600 de bolsillo. No tienen que pagar alquiler, luz ni comida. Los gastos de los chicos (transporte, colegio, útiles, remedios, obra social) y de la casa en general provienen de una mensualidad aparte administrada por las mismas mujeres. Además, tienen obra social y jubilación. Ellas cumplen con las funciones de cualquier mamá: hacer las compras, cocinar, enseñar las normas básicas del aseo, llevar a los chicos al colegio, aconsejarlos, escucharlos y contenerlos afectivamente.
Según la filosofía de la institución, las mamás sustitutas deben ser solteras, viudas o divorciadas. No se les prohíbe tener pareja, siempre que no la lleven a vivir al hogar. “No se ve la necesidad de un marido. Te acostumbrás a estar tranquila”, asegura Teresa. El resto de las madres la miran, no todas muy convencidas. Algunas tienen su pareja, pero fuera de la Aldea. Las más jóvenes, que quieren tener algún día hijos biológicos, toman este trabajo como algo temporario, “por unos años”. “Ligamos las ‘alegrías’ cuando estamos de franco”, dice Fabiana Menteguiaga (36), que no tiene hijos propios pero sí ocho del corazón, de entre 9 y 12 años. Es Maestra Jardinera y también llegó de Corrientes para trabajar en el lugar.
La idea del matriarcado surgió con el nacimiento mismo de las Aldeas. Las primeras aparecieron en Austria en 1949, cuando el médico Hermann Gmeiner decidió ayudar a los miles de chicos que habían perdido a sus padres en la Segunda Guerra Mundial. Hoy, a casi 60 años de su creación, la organización continúa la costumbre de construir hogares sin una figura masculina (los únicos hombres son el Director y algunos acompañantes juveniles). “En una familia, es más estable la presencia de una mujer sola. Si hubiera un hombre, habría que sumarle los conflictos de la pareja”, sostienen las mamás. Teresa agrega: “Si hubiera un hombre, tendría que ser tan especial como nosotras”, y todas ríen al tiempo que se miran cómplices.

Vida de hogar

Las viviendas son impecables, muy cómodas y están totalmente equipadas. Cada una tiene cuatro dormitorios, tres baños, lavadero, despensa, cocina y un living comedor amplio y luminoso. “Cuando llegué acá no lo podía creer, me imaginaba un patronato gris, como en las películas. Me gusta mucho este lugar”, confiesa Teresa. Las nenas más grandes le ayudan a tender la mesa. Desde una de las habitaciones, se escucha el sonido de un órgano. Es Angel, uno de sus hijos del corazón. Tiene 15 años y estudia música en un conservatorio de Nueva Córdoba. La mamá sustituta cuenta orgullosa que el año pasado tocó con una banda en el Cabildo. Una de las “hijas” de Teresa arma collares para su Barbie. Su hermanito la ayuda. Otra de las nenas, Marisol (10), comenta que está ansiosa por empezar un curso de danzas árabes en el CPC del barrio. Por su parte, Melina (17), dice que ella tomará clases de folklore y salsa. Está en las Aldeas desde los 10 años y afirma que quiere seguir viviendo en el lugar: “Me siento segura acá, tengo cariño”.

Teresa muestra orgullosa las flores de su jardín: “Me encanta cuidar las plantas”, dice, y el cantero cuidado y colorido que rodea su casa da cuenta de ello. Su sueño es jubilarse en la Aldea. Llama por teléfono a Fabiana, que vive en la casa de enfrente y es su amiga. El living comienza a alborotarse de chicos que todavía están de vacaciones. Llegan unos vecinitos y algunos amigos del colegio y se sientan en los sillones que rodean al televisor y al equipo de música. También adentro está lleno de plantas. La alacena está cubierta de fotos con los momentos más importantes de la vida de los chicos.

Igual que Teresita y Fabiana, Claudia Sandoval (26), también llegó de su Corrientes natal en busca del trabajo que no encontraba en su provincia. Hace dos años y medio que está en la Aldea y se ha hecho cargo de siete hermanitos biológicos y dos del corazón. Ella es electricista. En la casa de Claudia, algunos chicos ayudan a preparar la ensalada de arroz con salchichas, mientras otros ponen la mesa. También las paredes están cubiertas de fotos de los niños: los cumpleaños, las fiestas de quince, el primer día de clases. “Me encariñé mucho con ellos. Me voy de franco y les sigo mandando mensajes todo el tiempo”, comenta.

Los chicos de la Aldea van a colegios municipales, provinciales o privados. Algunos, que tienen deficiencias intelectuales leves o moderadas, van a colegios especiales. La mayoría hace alguna actividad extra: idiomas, danzas, música o deportes.

La institución se sostiene gracias al apoyo de algunas empresas que funcionan como donantes permanentes y un sistema de padrinazgos para los gastos en general y de los chicos. Así, en la Aldea es posible encontrar un chico con un padrino adinerado del Primer Mundo, que le deposita periódicamente dinero en una caja de ahorros. Si tiene mucha suerte, es posible que, a los dieciocho años, cuando se independice y se despida de la Aldea, pueda comprarse hasta un departamento. Si no, tiene la opción de ir a una residencia juvenil con otros compañeros.


Daniel Sposito
Diario La Mañana de Cordoba 5 de Febrero 2007

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