viernes, 21 de marzo de 2008

El poder de la cultura sobre el cuerpo, las identidades de género y la sexualidad juvenil.

Podríamos aventurar la hipótesis acerca de que la sexualidad juvenil contemporánea participa de una fuerte conmoción de los significados atribuidos no solo a los aspectos que se consideran sexuales sino de la comprensión de la vida y del mundo en general. En este proceso perviven a la vez fuertes transformaciones y tercas permanencias, que aunque a primera vista parecen contradictorias, se expresan como un todo en la vida individual y colectiva.

Esto además, como se dijo anteriormente, da cuenta acerca de que no existe una experiencia homogénea de la sexualidad, sino una expresión diversa de síntesis particulares de la cultura hegemónica y de culturas emergentes. En este sentido, la reflexión sobre el mundo contemporáneo y en particular sobre los y las jóvenes, muestra claramente cómo las mediaciones tradicionales de la familia, la escuela, la religión y el trabajo, han mutado significativamente en su papel como instancias reguladoras de la vida personal y colectiva. Esta variación no implica una anulación de dichos espacios como portadores de sentido, sino un reordenamiento y una relativización, donde además aparecen otras mediaciones, como los pares y los medios masivos e informáticos, como nuevas fuentes de significado y de sentido vital.

La cultura, entendida como las tramas de significación en las cuales las personas estamos insertas y que nosotros mismos hemos tejido, siguiendo a Clifford Geertz, no se expresa de manera uniforme; siempre es leída desde las realidades personales. De igual modo las elecciones de las personas nunca son desligadas de la cultura en la cual se participa. Lo que importa señalar aquí es que las realidades de la sexualidad de los y las jóvenes, emergen de un complejo entramado cultural y de una vivencia personal, tejida de maneras variadas, y que cualquier intento de presentar un panorama homogéneo esconde los matices de la realidad.

Existen diferentes formas desde las cuales los y las jóvenes actuales viven su sexualidad, en busca de experiencias que no se pueden enmarcar en los códigos valorativos de los adultos, por cuanto sus significados no logran expresarse en el mismo sentido, ni recorren los mismos caminos. Esto resulta claro en los estudios culturales sobre los jóvenes colombianos actuales. Finalmente sus determinaciones nacen de una manera personal, de sintetizar muchas visiones y sentidos que se presentan a su consideración, no por eso fuera de la cultura.

La vivencia de la sexualidad emerge con fuerza en adolescentes de corta edad, como producto no sólo de una fuerte explosión de hormonas, sino en busca del sentido de su afectividad, de su encuentro con el otro, otra, y de las mil y una razones y sentidos que para estos jóvenes tiene el ejercicio sexual, sobre lo cual los estudios actuales de tipo comprensivo hermenéutico tratan de indagar, acercándose a realidades juveniles territorializadas, trascendiendo la mera descripción de comportamientos, para ir de manera más profunda

sobrevivencia y su significado.

Sin embargo, a pesar de las diversas formas como los y las jóvenes viven su sexualidad, es importante insistir en el reconocimiento de la sexualidad y de las identidades de género como construcciones sociales y como productos culturales, en estrecha relación con unas formas de socialización que históricamente han fomentado las diferencias de género en lo relacionado con lo que socialmente se ha permitido o exigido a los hombres y a las mujeres con respecto a su comportamiento sexual.

Estas permanencias a las que me he referido anteriormente, o anclajes identitarios, las pudimos constatar en una investigación con jóvenes de cinco regiones del país, en la que encontramos algunas constantes. Lo expresado por los jóvenes, hombres y mujeres, mostró claramente cómo las instituciones sociales reproducen una cultura que implica diferencias en la autovaloración de hombres y mujeres, a partir del ejercicio de su sexualidad. Mientras que la actividad sexual de las mujeres es censurada cuando no se encuentra legitimada en el vínculo matrimonial o al menos en una relación formal de pareja, a los hombres se les refuerzan las múltiples experiencias sexuales, al tiempo que se ubica como exclusiva de ellos la iniciativa sexual.

Argelia Londoño con respecto a la feminidad, dice que este anclaje identitario tiene su representación en la maternidad como destino, no sólo en lo que correspondería a los oficios domésticos, sino en cuanto a la subordinación o domesticidad, y en la esposedad, tríada sobre la cual se levantó la identidad femenina de varias generaciones de mujeres..

Eva y María, representaciones de la cultura patriarcal, han habitado por muchos siglos los imaginarios sociales de hombres y mujeres y al parecer todavía hoy se resisten a abandonar definitivamente la multiplicidad de perspectivas de construcción de las nuevas feminidades y masculinidades. Sin embargo frente a este anclaje de la cultura, la anticoncepción abre las puertas a la disociación sexualidad y reproducción, posibilitando el ejercicio sexual orientado a fines placenteros.

A pesar de que hoy, numerosas opciones para la vivencia de la sexualidad y la reproducción son posibles en las distintas épocas del ciclo vital, o bien pueden coexistir en el mismo sujeto, desde las opciones de matrimonio, unión temporal o de hecho, pareja abierta, abstención, algo que inquieta, es hasta qué punto y con qué profundidad Eva y María, como se representa a las mujeres de la calle y a las mujeres de la casa, pese a las transformaciones del mundo social y de la condición y posición femenina, continúan poblando los imaginarios de los y las adolescentes de hoy. En este sentido preocupa encontrar reiteraciones de esta simbología en los testimonios de jóvenes, hombres y mujeres, que parecen perpetuar la diferenciación entre sus roles sexuales, desde una concepción maniquea de bien y de mal, en la que la ancestral polaridad entre Eva y Maria, se reedita. Además, sorprenden tanto las permanencias como las fisuras encontradas, como revelación de un verdadero juego de simultaneidades con elementos del pasado y del presente, persistiendo una doble moral y una escisión entre lo que se piensa, se siente y se hace, obedeciendo al mandato hegemónico de la cultura.

Las muchachas se enfrentan a varias tensiones: la virginidad como valor a preservar acompañada de la presión de sus padres para abstenerse de relaciones sexuales pre-matrimoniales; la presión de sus pares, del mismo sexo, para tener experiencia sexual y la presión de los muchachos para tener sexo y su deseo de experimentar una sexualidad vinculada a los sentimientos amorosos. De esta manera, aspirar a la autodeterminación resulta bien difícil en un ambiente rodeado de esta multiplicidad de demandas, en el que sobresale la escasez de argumentos. Todo esto tiene consecuencias graves en la salud sexual y reproductiva de las jóvenes, derivadas de las concepciones erróneas sobre la libertad sexual, situación que expone a las adolescentes a relaciones desiguales en la negociación con sus compañeros sobre las medidas de protección en el ejercicio de su sexualidad.

Con respecto a la construcción de la identidad masculina, encontramos formas de reproducción del patriarcalismo como base del anclaje identitario para este género, el cual se ha sustentado en un sistema ideológico basado en la jerarquización de su rol, construido sobre la diferencia sexual, casi siempre a su favor. Así, en diferentes testimonios de los jóvenes, recogidos a través de etnografías y otras formas cualitativas de investigación, se confirma la hegemonía de lo masculino, modelo que se les impone a los hombres a través de mandatos que señalan lo que se espera de ellos, siendo el referente con el que se comparan y son comparados. Se trata de un modelo que provoca incomodidad a algunos varones y fuertes tensiones y conflictos a otros, por las exigencias que implica. Si bien hay hombres, especialmente de las nuevas generaciones, que tratarían de diferenciarse de este referente, esto no sucede fácilmente, puesto que a la vez que se impone como una carga, también les permite el uso del poder y el goce de posiciones privilegiadas, en la medida en que lo ejercen contra la mujer a quien subordinan a cambio de su satisfacción.

Con frecuencia se escucha decir, en tono peyorativo, que todos los hombres son iguales, lo que se revela como una fuerte tendencia a universalizar y simplificar las múltiples construcciones, narraciones e interpretaciones que hombres y mujeres elaboran acerca de la identidad masculina. Más bien, precisamente, dicha generalización ha contribuido al mantenimiento de un orden de género jerárquico, de dominación y exclusión de los géneros, que repercute en nuestra manera de relacionarnos entre hombres y mujeres y en la reproducción de nuestros atavismos culturales relacionados con omisión e inequidad.

Tanto los hombres como las mujeres, nacemos en medio de contextos familiares, sociales y culturales que pocas veces nos hemos preocupado por entender y menos aún, por cuestionar, desde un punto de vista específico de la incidencia de tales contextos en nuestra estructuración. Es decir, nos han enseñado que cierto tipo de posiciones de poder de parte de los hombres, les trae un importante acumulado de beneficios individuales y colectivos. Sin embargo, ha sido frecuente por no decir que total, la omisión sobre lo existencial en el género masculino, sobre lo emocional y lo afectivo, negándoles un papel que los acercaría más al mundo de la vida y de las relaciones y que permitiría compartir entre hombres y mujeres, diversos roles relacionados con el paternaje y el maternaje, tan necesarios en nuestra sociedad contemporánea.

De esta manera, las actitudes reflexivas de los hombres acerca de su propia hombría no son ni una práctica cotidiana ni un referente importante en los procesos de socialización en nuestra sociedad; ni son frecuentes las dinámicas institucionales que convoquen o estimulen a los varones a pensarse a sí mismos, menos aún desde análisis de género.

En resumen, tanto jóvenes hombres, como mujeres, viven y padecen existencialmente la sexualidad y la reproducción en medio de frágiles estructuras familiares, en un contexto de identidades en transición y de refuncionalización de roles que los confunde; viven tensiones profundas, temores y oscilaciones entre la mujer y el hombre nuevos de la modernidad, capaces de tomar sus propias decisiones sobre su cuerpo y de responder por éstas, y, la mujer y el hombre del pasado que reedita los modelos fundados en el temor y la ignorancia.

Los patrones de socialización y de crianza se instalan en la subjetividad como referentes de identidad. La familia, la escuela, el barrio o el trabajo transitan en las fibras del ser adolescente con sus miedos y afirmaciones, con sus dudas y sus creencias y valores. Como lo afirma Argelia Londoño, las experiencias y apreciaciones de estos jóvenes acerca de la vivencia de la sexualidad y la reproducción, dicen de la coexistencia inestable de múltiples tiempos sociales: premodernidad, modernidad y postmodernidad, propia de sociedades como la nuestra.

Luz Marina Echeverría Linares

Psicóloga y Magíster en Desarrollo Educativo y Social

Universidad Pedagogica Nacional Colombia

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