viernes, 4 de abril de 2008

Jugar es saber que hay otra cosa.

Para que el juego mantenga la condición de tal es necesaria la relación de dos componentes esenciales: la Ley y el Azar.

Este relacionamiento debe estar armónicamente distribuido en la duración del juego y ambos pueden manifestarse de manera muy diversa, pero, en ningún caso, es posible mantener el juego aumentando desproporcionadamente uno de sus componentes.
La LEY del juego se refiere a las normas, las reglas, las convenciones y parámetros que ponen los límites, un marco a las infinitas posibilidades y, el AZAR trae la presencia de todo lo que no pueda ser abarcado por la ley.
Muchos son los intentos que hoy se realizan, especialmente en los campos científicos, culturales y hasta pedagógicos, para eliminar uno de estos componentes: el azar. Sin embargo, a pesar del perfeccionamiento en las técnicas de programación, los recuentos estadísticos y el aumento del poder del gobierno (en el sentido del manejo sobre las cosas), el azar está allí, presente, intocable y sonriendo ante la ingenuidad de la intención humana.
El juego brota en la vida de manera espontánea, sin necesidad de aprendizaje previo. En los niños y también en los animales, el juego acompaña naturalmente las primeras expresiones y actos de vivir. Todas las personas están capacitadas para distinguir lo que es juego de lo que no lo es, con la misma facilidad con que reconocen la expresión bondadosa en un rostro o una mirada colérica. Este hecho nos permite afirmar que el juego está unido estrechamente a la vida, surge de ella y se hace indispensable para la vida.
También podemos afirmar que el juego puede ser la mejor manera de aprender, de enseñar, informarse, trabajar, vincularse y desarrollarse. Se ha demostrado que no basta dormir, sino que es necesario soñar para mantener el equilibrio psíquico. Análogamente, se podría demostrar que no basta trabajar, sino que hay que hacerlo jugando.
El juego es una necesidad de la vida, en cualquier edad, en cualquier momento, bajo cualquier circunstancia, en los aspectos grupales como individuales. Afirmamos que el juego es indispensable en las funciones de mecánica biológica, en el vaivén de las emociones, en la investigación intelectual o en la expansión mística. Esta afirmación coloca la esencia del juego en las determinaciones más urgentes de un acto político, en las decisiones de un director empresarial o en el análisis científico más riguroso.
Resulta difícil desligar de la palabra juego, las nociones de “juguete”, jugar”, “jugarreta” que tenemos en la infancia, pero habremos conseguido nuestro propósito si al final de este análisis, la idea de la necesidad de juego se uniera a la totalidad de la vida del ser humano, desde su nacimiento hasta su muerte, sin excluir ambos y sin considerar a la infancia como la edad exclusiva y autorizada para jugar.
En pedagogía, afirmamos que no se trata de educar jugando o enseñar jugando. No es educación por el juego, sino educación para el juego. El juego es una finalidad, no un medio. Hablamos del juego elevado a la categoría de manifestación esencial de la vida y supremo estado espiritual del ser humano.
Desde nuestra perspectiva, jugar es conectar y hacer coherentes los extremos aparentemente más incongruentes del vivir:
· la seguridad y la aventura;
· el cálculo y la incertidumbre;
· la afirmación y la duda;
· el presente inmediato y el sentido de eternidad;
· la realidad perceptiva y la realidad imaginaria;
· el orden y el caos;
· la individualidad y el caos;
· la atracción y el rechazo;
· la programación y la incertidumbre;
· el miedo y la audacia.
El sentido del juego en la vida es arte y ciencia. Es una relación mágica de ambos caminos, sin construir uno intermedio o de equilibrio. Es una manera de vincularlos dejando a ambos en su expresión definida y extrema. Cada vez que el camino del arte y de la ciencia tratan de vincularse, surge el juego, el sentido del juego y las “leyes” del juego como solución.
De allí que el sentido del juego no sólo debe ser fomentado desde la infancia, sino que no debe perderse nunca en la vida, por ser precisamente el secreto que vincula aquéllos aspectos de la existencia que son muy difíciles de vincular por otro medio.
No se puede vivir una vida plena sin este sentido del juego. Nadie podrá vivir una vida integral sólo con el arte, sólo con la ciencia, por ejemplo; sólo con la inspiración o sólo con el método.
Jugar es saber que hay algo más. Jugar es saber que hay otra cosa. La teoría del juego es la teoría de la otra cosa. Es la idea que cualquier definición, por más extensa que sea, siempre deja algo sin abarcar; que la medición nunca alcanzará la exactitud total; que la seguridad nunca cubrirá el cien por ciento de las probabilidades y que siempre existe otra cosa, algo más.

Santiago Barbuy
Arquitecto.Diseñador

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